Antes de darnos su definición de la virtud, MacIntyre muestra diferentes concepciones de ésta en distintas sociedades, para llegar a la siguiente conclusión preliminar:
Tenemos por lo menos tres conceptos muy diferentes de virtud para confrontar: la virtud es una cualidad que permite a un individuo desempeñar su papel social (Homero); la virtud es una cualidad que permite a un individuo progresar hacia el logro del telos específicamente humano, natural o sobrenatural (Aristóteles, el Nuevo testamento y Tomás de Aquino); la virtud es una cualidad útil para conseguir el éxito terrenal y celestial (B. Franklin). (MacIntyre, 1987: 231).
Y luego de haber confrontado estas distintas definiciones, se pregunta si esto implica que no puede haber un concepto unitario de la virtud. Su propósito es mostrar que sí lo hay, y que éste puede definirse a partir de tres nociones: de práctica, de orden narrativo y de tradición moral.
En primer lugar, define "práctica" como:
Cualquier forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa, establecida socialmente mediante la cual se realizan los bienes inherentes a la misma mientras se intenta lograr los modelos de excelencia que le son apropiados a esa forma de actividad y la definen parcialmente. (Ibíd.: 233).
Ejemplos de este tipo de actividad serían el fútbol, el ajedrez, la arquitectura, las investigaciones de cualquier campo y la política. Mientras que no lo serían el juego del solitario, la albañilería o cultivar nuestro jardín, porque no son actividades cooperativas sino más bien una especie de conjuntos de habilidades técnicas. Las prácticas son más que esto: tienen un propósito unificado, cuya búsqueda transforma y enriquece las facultades humanas.
El concepto de "práctica", así definido implica, a su vez, otras nociones clave, como la de bienes internos a la práctica. Existen, afirma, bienes externos e internos a toda práctica. Los primeros son externos y contingentes -como el dinero o la fama- porque para obtenerlos no necesitamos comprometernos con ninguna práctica específica, podemos lograrlos mediante varios caminos alternativos. En este sentido, la práctica tiene un valor instrumental, en la medida en que nos permite acceder a estos bienes. Pero podríamos abandonarla si vemos que podemos alcanzar lo mismo mediante una práctica que nos parezca mejor. Por el contrario, los bienes internos sólo pueden obtenerse comprometiéndose con prácticas específicas. Él pone como ejemplo de esto la práctica del ajedrez: lo que obtenemos con él, si disfrutamos de jugar al ajedrez, es algo que no encontramos en otras prácticas. Estos bienes son internos, porque únicamente se concretan en las prácticas mismas y porque "sólo pueden identificarse y reconocerse participando en la práctica en cuestión" (Ibíd.: 335).
Estas aclaraciones le permiten a MacIntyre darnos su primera definición parcial y provisional de virtud:
Una virtud es una cualidad humana adquirida, cuya posesión y ejercicio tiende a hacernos capaces de lograr aquellos bienes que son internos a las prácticas y cuya carencia nos impide efectivamente el lograr cualquiera de tales bienes (Ibíd.: 237).
Una implicación interesante de esta primera definición de virtud es que supone que hay virtudes clave sin las cuales no se tendría acceso a los bienes internos de las prácticas. Por ejemplo, el ejercicio de las prácticas requiere un tipo especial de relación entre los participantes de ella. Tal relación debería incluir las virtudes de la justicia, el valor y la honestidad. Sin embargo, él aclara que debe reconocerse también que "diferentes sociedades han tenido y tienen códigos diferentes de veracidad, justicia y valor" (Ibíd.: 339). MacIntyre señala que su caracterización es aristotélica en varios sentidos. Uno de ellos es que
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